Buenas prácticas en la gestión del agua de riego
Los agricultores de regadío ocasionan impacto sobre el agua de riego, fundamentalmente de dos tipos: la aplicación de un volumen de agua superior al requerido por los cultivos, y también afectan a la cantidad y calidad del volumen de agua retornado al sistema.
Gestión del agua y de la zona regable
Para minimizar todos estos impactos, se hace necesario tener en cuenta una variedad de consideraciones para la gestión del agua de riego y el manejo de la zona regable.
Las necesidades de agua de un determinado cultivo se calculan conociendo el tipo de suelo que cultivamos y la climatología (la temperatura, precipitación, radiación, etc.), información que nos viene dada a través de la red de estaciones agroclimáticas. Conociendo las características del suelo y las dosis de riego necesarias para los distintos cultivos y comarcas en cada momento, el agricultor puede obtener una alta eficiencia en el agua aplicada.
Pero para aplicar esta dosis de agua en las parcelas, debe de tener en cuenta una serie de factores:
- Topografía del terreno
- Procedencia del agua y disponibilidad de la misma
- Parcelación de terreno
- Tipo de suelo y de cultivo
- Minimizar el consumo energético
La combinación de estos factores, nos define el sistema de aplicación de agua, tratando siempre de alcanzar la máxima eficiencia en el agua empleada.
Al diseñar los proyectos de regadío, tanto las nuevas transformaciones como la modernización de los que están actualmente en servicio, la eficiencia energética y el ahorro de agua deben ser prioritarios. Una de las formas de minimizar el impacto energético sobre el regadío es utilizar las redes con presiones inferiores a las de cálculo, para lo que el agricultor debe de usar, por ejemplo, en el caso de distribución de agua en parcela por aspersión, aspersores de baja presión, con programación de riegos nocturnos.
Si contemplamos otras aplicaciones como son, medición de la calidad del agua de riego que se utiliza (conductividad eléctrica, ph, contenido en nitratos, y otros componentes químicos), mediciones del contenido de humedad del suelo, fertirrigación, etc., nos permite, un ahorro sustancial en abonado e identificar la aportación a la contaminación difusa de las aguas de riego.
Recomendaciones para evitar la contaminación por nitratos
Para proteger las aguas de la contaminación por nitratos de origen agrario, se establecen una serie de recomendaciones.
La cantidad máxima de estiércol que se debe aplicar al terreno en las zonas vulnerables será de 170 kg/ha de nitrógeno. Por tanto, habrá que ajustar, por zona agroclimática, la aportación de fertilizantes nitrogenados en función de la demanda de los cultivos, ya que la diferencia se aloja en el agua de la capa freática.
Además hay que respetar la distancia de aplicación de los fertilizantes en las tierras cercanas a los cursos de agua, dejando una franja de unos 2-10 metros, sin abonar alrededor de todos los cursos de agua. Tampoco hay que aplicar fertilizantes en terrenos encharcados, inundados, helados o cubiertos con nieve.
Normas en la gestión del agua de riego
Con la idea de evitar la contaminación por lavado de nitratos, conviene tener en cuenta las siguientes normas de manejo del agua de riego.
La fertirrigación se aplicará con métodos de riego que aseguren una elevada uniformidad y eficiencia en la distribución del agua. Hay que incorporar el fertilizante nitrogenado al agua una vez se haya suministrado entre el 20-25% de la dosis de agua, y cesar en las aplicaciones cuando se haya alcanzado el 80-90% del volumen total de riego.
En el riego por aspersión, a la hora de aplicar fertirrigación a través de este sistema, se deben considerar los siguientes factores:
- Infiltración del suelo
- Efecto que origina el viento sobre la uniformidad de distribución de agua por el sistema de riego
- Influencia de la vegetación en la distribución de agua sobre el terreno
- No aplicar fertirrigación con velocidades de viento por encima de los 4 m/s.
La aplicación de agua de cada riego debe adecuarse en todo momento a la demanda del cultivo, a lo largo de su ciclo vegetativo, para evitar las pérdidas por percolación o escorrentía. Y también es conveniente hacer un seguimiento de la calidad de las aguas, analizando las aguas superficiales y las subterráneas. En caso de que se detecte un aumento en el contenido de nitratos en las aguas subterráneas, habrá que reducir el consumo unitario de fertilizantes y mejorar el sistema de riego.