Técnicas agrícolas frente al cambio climático

El cambio climático prevé repercusiones en la agricultura, el régimen de lluvias cambiará y la productividad de los cereales puede disminuir en algunas zonas. El aumento de temperatura puede traer consecuencias inesperadas como el aumento de las plagas, eventualidades como sequías o inundaciones, también se produce un alargamiento o acortamiento de la temporada de cosechas…

Hay una serie de medidas que pueden permitir a la agricultura adaptarse y seguir produciendo alimentos, protegiéndose de todos los efectos del calentamiento global e incluso mitigarlos.

El uso del suelo debería convertirse también en una forma de mitigación. La agricultura supone una parte importante de emisiones de carbono y el suelo puede convertirse en un gran depósito que retenga ese carbono. Se trataría de evitar que el carbono del suelo y de la materia orgánica se pierda (lo que sucede cada vez que se rotura la tierra, se deforesta para cultivar o se descomponen los restos vegetales en la superficie del suelo) y, en cambio, retenerlo y usarlo para enriquecer el suelo.

Ideas para combatir los efectos del cambio climático en la agricultura

Evitar en lo posible los fertilizantes químicos que se aplican en los campos agrícolas. Los fertilizantes liberan óxido nitroso, un gas con una capacidad de calentamiento 300 veces mayor que el dióxido de carbono. La mejor solución es recurrir a métodos ecológicos, compost, abonos verdes, rotaciones…

Minimizar el laboreo del suelo, es decir, evitar la roturación que tradicionalmente se hace para preparar la siembra y evitar las malas hierbas, y que tiene como efecto secundario la pérdida de nutrientes del suelo, la alteración de los microorganismos y la consiguiente liberación de dióxido de carbono.

Más llamativos son los esfuerzos que se están haciendo para conseguir cultivos con plantas vivaces, que no haya que replantar cada año. Las plantas vivaces se mantienen vivas año tras año, pudiéndose recoger la cosecha cada año sin necesidad de tener que arrancar los matojos del suelo, ni volver a sembrar. Se mantienen sus raíces en el suelo, lo que supone una mejor retención del agua y nutrientes, con lo que se podría evitar el uso de los fertilizantes. Las raíces, además al ser más profundas que las plantas anuales, captan mejor los nutrientes de las capas inferiores del suelo y compiten con las malas hierbas (por lo que éstas no crecerían tan fácilmente), con el consiguiente ahorro en herbicidas.

Grupos de investigación en la Universidad de Manitou (EE.UU.), en la Universidad Western Australia, en el Land Institute (EE.UU.) o en el Instituto de Investigación para Cultivos Alimentarios en Kunmimg (China), están trabajando en programas para obtener variedades de cereales perennes, que no haya que replantar año tras año. Se trabaja con variedades de arroz, mijo, maíz, soja y otras. Su trabajo se basa en recuperar y adaptar, mediante programas de cruce tradicional, variedades silvestres de cereales, de las que derivan nuestros cultivos actuales. Los cereales suponen el 80% de los cultivos y son la pieza básica de la alimentación mundial de las personas y el ganado. Conseguidas estas variedades comerciales las mejoras podrían ser notables para la agricultura y para la biodiversidad. Las plantas perennes se convertirían en un ecosistema estable que retendría considerables cantidades de carbono.

Otra estrategia es sustituir las grandes extensiones agrícolas de cultivo plano y sin árboles por explotaciones que combinen los cultivos vivaces con zonas arboladas intercaladas (de frutales o bosques). Los árboles retienen carbono y nutrientes en el suelo, y ofrecen un hábitat a las especies locales. Es algo que estaba en la base de los cultivos tradicionales, pero que se ha perdido con la agricultura intensiva. Bien implantadas, permiten evitar la deforestación y recuperar la vegetación en zonas degradadas.